lundi 12 juillet 2010

El numero 5








Yo era un chiquillo flacuchento y re piñiñiento (como me denominaría un zorro de casi dos metros de altura en la isla de Chiloe acompañado de una orquesta de risotadas y eructos anónimos) cuando me la pasaba en una canchita bastante modesta con fronteras de adobes, persiguiendo la pelota que con un poco de suerte lograba detenerla en pleno juego y dar un pase mal logrado.

Era el club de fútbol: la vecindad, ubicado a orillas de un estero, que de estero solo tenia la forma de un río que solo queda en recuerdos padres y algunos mas viejos, asistían a el todos los chiquillos de la zona, lo que no era poca cosa, las edades oscilaban entre los diez y dieciocho años, yo como siempre (de eso me percataría mas tarde en futuras experiencias grupales) era el mas pequeño y mal nutrido.

Con diez años encima, cosa honrosa para un niño de esa edad que tiene el mundo a sus pies, salía corriendo a todo lo que me aguantaba el corazón y las cañuflas que salían por debajo del pantalón, que parecían tan frágiles como las patas de un conejo desollado, y la zapatillas blancas ya negras por el pasto podrido y planas por el uso, mientras el partido se equilibraba entre tiros a las imaginarias galerías y puntapiés en las canillitas de los mas “peligrosos” jugadores. Pero uno no se queda corriendo toda la vida así no mas, pronto habría que cambiar de cancha.

Primero fueron los pueblos vecinos, que colindan en el sector de barrancas y Putaendo a la altura de san Felipe, quinta región de Valparaíso, luego, limes que superaban los 15 kilómetros, 20 a veces (un mundo entero para mis diez años). Mis piernas seguían igual de flacas solo me crecían los cabellos que figuraban un gran casco al estilo de la hormiga atómica, que me regalaba toda la pinta de una varilla de fósforo, pero ya figuraban sobre mis pies un par de zapatos negros con franjas rojas: esos si que tiraban derechito al arco y a los jugadores aliados.

Aunque en partidos, don tito, mi DT, no tuvo mas opción que tirarme de 11, esa jamás fue mi posición, y ninguna la verdad, pero fui llegando al medio campo de apoco
y retrocediendo de esta forma a líneas mas bajas pero constructivas, así fue como hace poco menos de diez años, en un partido amistoso contra el club de Bucalemu, figure con la camiseta roja auspiciada por botillerías pacifico, con el numero 5 (cinco) tras ella....

así armando y desarmado líneas defensivas, y sin controlar esa sangre que sube al cerebro y baja hasta los dedos del pie al momento de tomar el balón, subía y bajaba como malo de la cabeza, corriendo tras la pelota como si nada mas importase en aquel instante, y la vida se trasformaba en vida, los segundos en eternidades, los saltos eran vuelos de perdices mientras el balón parecía perder su esférica figura en el trayecto hacia el área contraria.

Marque un gol desde mi posición y la vida volvió a su rastro indómito tras el pitazo y la aprobación del tanto, y en mi cabeza figuraba la imagen de este hombre, pues no estaba el once ni el nueve ni el diez en mis jolgorios de triunfos y derrotas, estaba el cinco, el defensa goleador y ofensivo ( había un hombre en la defensa que tomaba el riesgo de jugarse la cancha entera, no por la fama, si no por el hervor que corría y sigue corriendo dentro de el, con las mismas ganas de jugar hasta morir, con las que yo me lanzaba al suelo atajando tiros libres mas tarde en una cancha de cemento contra los papiches ) parado en juego y en vida: Carles Puyol.

yo era pelotero, malo, pero pelotero al fin.


No celebro a España, celebro al inspirador que tuve, como tantos niños el suyo, en mis pichangas de infancia. “un gol, un triunfo mundial”.




lundi 5 juillet 2010

Silencio (plural)

Se nos revuelve el estomago y se nos crispan los labios, nada, nada decimos, pero la angustia devora centimetro a centimetro nuestros muslos, nuestro abdomen, y cada exalacion es una silaba de "suicidio" asi como las boas aprietan y ya no vuelven a soltar, nos apretamos el cuello presionando en la nuca, y ya no volvemos a soltar.

cuidado señor y señora en casa, no sea que la torticolis y las execivas aspirinas le pasen la cuenta, al menos diganle al niño que mire las nubes de vez en cuando, quiza en un instante se encuentre con alguna navecita espacial.